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HISTORIA

Déjate conquistar por la inigualable mezcla de masa de maíz crujiente, frijol, manteca y deliciosas salsas.
Somos los inventores de este manjar, 90 años de historia nos respaldan.
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ORÍGENES

Estamos tan (mal) acostumbrados a los melodramas televisivos, que una historia de amor, esfuerzo y trabajo corre el riesgo de caer en los más visitados lugares comunes.


Estamos tan (mal) acostumbrados que al escribir esta historia me pregunto cómo contarla para que no parezca un simple melodrama de final feliz.

 

Comenzaré con la foto al pie de este texto, en ella se ve a una mujer de rasgos severos e indígenas, es la sra. Carmen Gómez cuando tiene unos 50 años, es la segunda mitad de los años 50 del siglo XX, para ese tiempo el “final feliz” ya ha ocurrido porque la señora (Carmelita de aquí en lo sucesivo) ya es viuda y aún así ha logrado sacar adelante a 5 hijos en la ciudad de México; específicamente es el barrio de Jamaica el lugar donde ocurre este final feliz, ahí Carmelita tiene un pequeño local en la calle de torno, un pequeño local siempre abarrotado en el que vende una nueva fritanga que ella misma inventó y que rápidamente se volvió muy popular entre los habitantes del barrio: los huaraches.

Carmen Gómez (Doña Carmelita)

 

En ese tiempo Carmelita es una matriarca en el barrio, su carácter fuerte y generoso, así como el valor de su palabra la distinguen, presta dinero sin intereses, sin papeles, sin más garantías que la palabra, es generosa con todos, da consejos, reprende, es madrina en muchos bautizos, patrocina equipos de fútbol, organiza posadas, peregrinaciones, fiestas.

 

¿Es casual esto? en esos días de esos 50’s apenas y tenía un poco más de lo justo para subsistir con sus 5 hijos y a las familias de estos, pero Carmelita comparte pues sabe lo que es la vida comunal, Carmelita nació, se crió y vivió en el barrio de la Luz, Milpa Alta.

Paseo de la Viga, litografía por Casimiro Castro, 1855-1856

Paseo de la Viga, litografía por Casimiro Castro, 1855-1856.

 

No es gratuito pues, que esta señora se preocupe por su comunidad y busque que los habitantes hagan comunidad, hagan barrio, identidad, tequio, que confíen los unos en los otros, que la palabra sea un compromiso; y claro, sería también falso afirmar que todo lo hacía conscientemente, vamos, no era una luchadora social que buscara afirmar la comunidad ante el capitalismo modernizante que se cernía en esa época sobre México (el milagro mexicano, que entre otras cosas entubó los canales prehispánicos), simplemente era una mujer que no perdía su identidad y buscaba recrear el ambiente de ese barrio de la Luz del que tuvo que “emigrar” rumbo a “México” cuando perdió a su esposo.  Bien esta historia puede que tenga su inicio no en Carmelita, sino en el amor de su vida, Andrés, un vendedor de agua muy pobre y trabajador.

 

Como lo dije al inicio, esta historia contiene una historia de amor: resulta que Carmelita era de una familia acomodadona del barrio de la Luz, y resulta que ya estaba en edad de casarse, 14 añotes tenía la muchacha y estaba comprometida con un señorito muy decente y de familia prominente, la vuelta de tuerca viene cuando la niña se rebela y confiesa que está enamorada del aguador de su casa. Sí lector, como en una mala telenovela así sucedió, y como en una mala telenovela la familia puso el-grito-en-el-cielo. Así que Andrés, que estaba más que loco por la muchacha, no tuvo más remedio que robarse a Carmelita para entregarla en la casa de su madrina de bautizo hasta que se casaron.

Tres mujeres y dos hombres nacieron de ese feliz robo. Andrés trabajó más de lo posible para darle a Carmelita la vida a la que ella estaba acostumbrada… hasta que murió.

 

Nueva vuelta de tuerca: nace el Huarache.

Carmelita tiene 5 hijos y casi 30 años y apenas y sabe hacer tortillas. Es de las pocas mujeres que saben hacer cuentas y leer, pero solamente. ¿Y ahora?… Carmelita está deshecha, el dolor se le apelmaza en las entrañas, no puede siquiera levantarse de su cama, perdió al amor de su vida, se quedó sin su compañero, sin su protector, además ahora tiene que ver por sus 5 hijos. Carmelita se está rompiendo, parece que se quiere dejar morir. Una de sus hermanas le dice que no puede seguir así, que sus hijos la necesitan. Carmelita hace un esfuerzo pero no es suficiente, todas las calles, las casas, las nubes, el aire de la madrugada, el sol del mediodía, todo el barrio de la luz le recuerdan a Andrés y sus brazos fuertes de manos curtidas, todos los pregones le recuerdan la voz de Andrés ofreciendo sus cántaros de agua. Su hermana le dice que se “vayan a México”, y Carmelita en su desesperación accede, y así recorren el largo camino desde el Barrio de la Luz hasta los canales de San Gregorio, para tomar la trajinera que los llevaría hasta la garita de Santanita, finalmente se instalan en una vecindad en el callejón de Zoquipa.

 

Con la ayuda de su hermana logra poner un puestecito, apenas un comal con unos bancos en la ribera del canal de la viga. Es el 19 de mayo de 1935 y Carmelita sólo sabe hacer tortillas, pero aprende rápido, y también es emprendedora e inquieta… del error, como todos los grandes inventos, nacen los huaraches, mezcla de sopes, tlacoyos y gorditas.

 

Imaginemos a Carmelita aprendiendo a tortear la masa, aprendiendo a hacer testales (las bolas de masa rellenas de frijol para los tlacoyos, o chicharrón para las gorditas), sus manos se queman muy seguido, sus manos son suaves y torpes, nunca han trabajado. Y así transcurren un par de días, un buen día uno de sus tlacoyos le sale más alargado y las puntas no son picudas, también le queda más ancho y grueso… Carmelita no tiene mucho tiempo para practicar y continúa cocinando ese mismo tlacoyo-sope-gordita, la gente lo recibe con beneplácito y con muy buen diente.

 

¿Y el nombre? Bueno, ahora imaginemos al obrero de la fábrica de hilados y tejidos La Victoria que se encuentra a unos pasos del canal de la Viga, obrero que sale hambriento a la hora de su almuerzo y mira por primera vez esta nueva fritanga y dice: Doña sírvame dos de esos huaraches pero con mucha salsa verde. Los que están a su alrededor ríen y adoptan el nombre. Huaraches les dicen por su parecido a la suela de los huaraches.

 

Es el trabajo y no el melodrama lo que redondea esta historia. Es el levantarse en la madrugada para poner a cocer los frijoles y molerlos en metate, hervir los chiles o tostarlos para hacer las salsas, para que cuando las trajineras comiencen a pasar antes del amanecer encuentren esos nuevos huaraches listos para alimentar al pueblo trabajador del barrio de Jamaica, pueblo tan acostumbrado, por milenios tal vez, al sabor del maíz, del frijol y el chile. No es marketing, no es esa falsa justicia del melodrama.

 

Así pues me gustaría terminar está narración afirmando que Carmelita nunca imaginó que sus bisnietos continuarían orgullosamente con ese legado, utilizando sus recetas y produciendo los huaraches de una forma artesanal. Y nunca imaginó que el huarache que ella inventó (o le salió), sea ahora un referente en la cultura culinaria de la Cd. de México.

 

Lo único que hizo fue sobrevivir sin perder los orígenes de su identidad. Orígenes que se remontan a un lugar específico: El Barrio de la Luz. Y a un tiempo tan lejano, tan lejano que tal vez sea cuando el teocintle fue domesticado para volverse maíz y/o Quetzalcoatl le entregó el maíz a los hombres.

¡No a la siembra de maíz transgénico!

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